Por Agustín Arosteguy (Desde Brasil)
Género: prosa, páginas: 72, editorial 7Letras, año: 2007.
Todo ser humano, sea escritor o no, sea artista o no, sabe o intuye que es la realidad la que supera con creces a la ficción, y no al revés. La supera en dramatismo, tragedia, violencia, romanticismo, estoicismo, superheroísmo (si me permiten este neologismo), etcétera. Es decir, tanto en lo bueno como en lo malo. En este libro, Ieda Magri nos narra retazos en la vida de tres personas, usando diferentes narradores pero con personajes y leit motiv en común.
Son tres historias escritas con un pulso firme, tono directo y un clima que asfixia a cada palabra, a cada página, a cada historia. A pesar de tanta desazón, uno acaba el libro queriendo saber más, sobre todo de la última historia titulada igual que el libro y que como subtítulo tiene “8 x Tina”.
En mi opinión es la historia más bien lograda y también es la que más páginas posee. Ahí la protagonista cuenta con un tono quejoso sobre las tribulaciones que la vida le inflige y los vaivenes con el marido, compañero, novio. Sin embargo, las tres historias consiguen transmitir ese sentimiento de profunda desolación que combinado con el trazo poético te deja masticando, por mucho tiempo, las situaciones, los personajes, lo que se dice y lo que se calla, sobre todo los reveses.
Tuve la oportunidad de entrar en contacto con Ieda y conversé mucho sobre el libro, la literatura, el mercado editorial y sus investigaciones.
-Mientras leía tu libro, muchas veces sentí leyendo un diario íntimo. ¿Ese tono intimista fue premeditado o surgió por casualidad? ¿Por qué demoraste siete años para publicar tu segunda novela? Para la tercera, ¿también tendremos que esperar siete años? Contame sobre tu proceso creativo.
-El tono intimista vino a causa de aquello que yo quería trabajar como “mi problema” delante de la literatura y del mundo en aquel momento. Había acabado de llegar a Río de Janeiro con más o menos cuarenta cuentos bajo la manga, pero sin libro. Venía escribiendo desde hace unos años, pero apenas dando lugar a ideas que venían de todos los lugares y estaba muy insatisfecha con el material que tenía para montar un libro, no quería una antología de cuentos sin nada que los conectase entre sí. Quería orquestar un libro que reflejase mi forma de dialogar con el mundo alrededor de una manera más directa. Entonces, al llegar a Río, me encontré con aquella que había leído en varios libros publicados en la época: una cierta indiferencia debido a una vida-máquina, a las catástrofes del día a día. La vida precaria de una gran ciudad. Las personas andando en las calles indiferentes a los cuerpos extendidos, sea en las calles o en las veredas, aún con vida o muertos por una bala perdida. Familias enteras comiendo de la basura, durmiendo borrachos o drogados… Para alguien aún joven, venida del sur de Brasil en donde casi todo el mundo se conoce, los problemas de otras personas son como propios. En el lugar donde pasé mi infancia, la muerte de una persona es una conmoción pública que envuelve a todos. Llegar a Río de Janeiro y ver alguien muerto en el medio de la calle y la vida continuar como si nada, me enfermaba. La indiferencia era algo que yo aún no entendía. Y fue eso que quise trabajar en “Había una cosa aquí”. Las pérdidas que nos hacen daño, que nos afectan si aún no estamos amortiguados al choque. La piel del otro que toca mi piel. Sin realismos, no quería estadísticas, no quería contar una historia conocida que no fuese capaz de conmover a nadie. Quería dar nombre a ese dolor, individualizar para percibir aquellos que sufren las muertes o las pérdidas que de otra manera continúan anónimas. Las 3 historias, que pueden ser una, son pérdidas que viví en la literatura, todas inventadas a partir de pérdidas reales mías o de personas que conozco. Hay mucha cosa mía también, porque el ejercicio era ese, la conexión entre el sentimiento de dolor más profundo que puede alcanzar una persona mismo cuando es el cuerpo de otra que desaparece. Este libro quedó entre amigos. Sin embargo, yo no deseaba entrar en el mundo de los escritores, escribir para mí solo tenía sentido (y aún hoy es así) como ejercicio proveniente de un deseo y de una necesidad mía. Como no tenía una editorial queriendo publicarme y lectores esperando otro libro, fui trabajando durante todos estos años en algo sin forma para ver si se tornaría alguna cosa. Hasta que el mismo problema, con una fuerza absurda, me sacudió otra vez, aunque de otro modo. Estaba andando por la calle do Catete (una avenida muy transitada en el barrio de Flamengo) y me encontré con una escena de una mujer que había acabado de tirarse por la ventana de uno de los edificios. Intenté no mirar, intenté volver rápido para casa, pero quedé obcecada por saber quién era. Y descubrí, leyendo el diario de la semana, que el cuerpo quedó varios días en la funeraria sin que fuera nadie para reconocerlo o enterrarlo, llorar por él, esas cosas que se espera cuando alguien muere.
-¿Cómo nació “Ojos de bicho”?
-En el libro anterior, el ejercicio había sido el dolor de los que quedaron vivos. Percibí que ahora podría escribir sobre las personas que mueren sin nadie que las ame o que se interese por ellas. Así fue que escribí “Ojos de bicho”, mi segunda novela, para esa mujer. Hice una historia para ella, cosida con otra que ya tenía, la de una extranjera que murió en el barrio Urca, dejando su casa como herencia a un desconocido porque no tenía nadie para amarla ni para enterrarla. Hice un proyecto de libro y gané una beca para escribirlo en 2010. Y, por recomendación de otra escritora, Paloma Vidal, la editorial Rocco se interesó y lo publicó. Y quedó finalista del Premio San Pablo de Literatura. Antes de ser publicado (quedó más de dos años esperando su turno en la editorial), ya había comenzado a escribir el tercero, que debe salir este año por la editorial 7 Letras y es totalmente diferente a los otros dos. Más inclinada a una discusión sobre la (in)visibilidad en la literatura contemporánea, en sintonía con la investigación que estoy haciendo ahora.
-Sobre “Había una cosa aquí”, además de la pérdida ser el leit motiv, algunos personajes (Pema, por ejemplo) se repiten en las tres historias. Me pareció curioso que el narrador de la segunda parte, titulada justamente Pema, fuese masculino. ¿Qué fue lo que motivó esa elección?
-Quería experimentar puntos de vista. En la primera historia, o en el primer movimiento, Pema habla de sí mismo, de su padre, de su infancia en primera persona. En el segundo, quería alguien mostrando a Pema y no me gustaba la idea de ser simplemente una tercera persona, ya que quería provocar al máximo la identificación del lector. Experimentar una voz masculina, un cuerpo masculino, una mirada masculina no estereotipada me ayudaba también a tocar en la cuestión de la sensibilidad masculina, por el mirar afectivo de un chico e, tal vez, jugar con los valores masculino/femenino como algo no separado por una línea, por un muro, como si dolor, emoción, fuesen cosas de las mujeres y aventura, acción, cosas de hombres. Quise presentar hombres sensibles y mujeres fuertes con el mismo tratamiento formal.
-Tengo que decir que como lector me quedé con ganas de leer más sobre la tercera parte, que fuese más larga. Me resultó que en ella vos conseguís trazar mejor el personaje y la trama me envolvió por completo. La narradora y protagonista de la historia, tanto por sus opiniones como por la atmósfera de la ciudad que ella narra, me hizo acordar mucho al personaje femenino de la novela “Boquitas pintadas” de Manuel Puig. ¿Vos leíste esa novela? ¿Cuál es tu opinión?
-Yo amo esa novela, así como todo de Puig. Me parece que Coronel Vallejos y Aguas Frías tienen mucho en común… Y es un poco asustador porque “Había una cosa aquí” parte de muchas cosas de mi infancia, finales de los años 1980, mientras que Nélida habla de una Coronel Vallejos de 1930 y 40. Para que veas, en lo referente a la moral católica la situación de la mujer no cambió mucho después de cincuenta años. En mi libro intenté tematizar el problema del aborto, por ejemplo, reviviendo chusmeríos de las mujeres que tomaban mate y hablaban de las solteras o casadas que consiguiesen evitar tener hijos. El aborto es una cuestión de salud pública y, desafortunadamente, en Brasil, retrocedemos cada vez más con relación a eso, sea por causa de la moral cristiana, sea por causa de la poca voluntad política de enfrentar el problema fuera de la promesa electoral. En nuestro país, las mujeres ricas pagan sus abortos, las pobres mueren por causa de ellos. Casi todas recurren a él, pero es prohibido hablar de ese asunto en público. El aborto es el problema más serio, puesto que lidia con la muerte, pero aún hoy, la sociedad quiere disponer del cuerpo de la mujer y decidir cuándo y cómo ella puede tener placer con él, como si ella tuviese, necesariamente, que obedecer las reglas ancestrales y conformarse en ser objeto de casta o adoración, por un lado, o fetiche, por otro. La maternidad es otro tabú. En el interior, el casamiento (exitoso o no, no importa) es la única cosa imprescindible en la vida de una mujer: se debe hacer cualquier cosa para ello, porque quedarse solterona es la cosa más terrible que le puede suceder a una mujer. Nadie mejor que Puig para satirizar esa cuestión. En mi caso, también porque no tengo el talento de Puig para lo folletinesco y aún no había descubierto cómo lidiar con asuntos tan serios a través del humor, intenté pensar en eso como una cuestión política: ¿cómo una mujer puede decidir no ser madre, no casarse y no ceder a las presiones sociales para cumplir un destino que ya está trazado? Ahora, cuando escribí ese libro, aún no había leído a Puig, solo lo hice a partir del 2008, impulsada por las charlas con el poeta Carlito Azevedo, que me mostró lo que me estaba perdiendo. Recientemente traduje “El misterio del ramo de rosas”, una de sus obras de teatro, para una colección de la Escuela Sesc, P.e.r.i.f.é.r.i.c.o. Entonces, no sería extraño tener semejanzas, inclusive estructurales, en aquello que escribo ahora y las novelas de Puig. Lo que es extraño es esa relación anterior, que, me parece, puede ser explicada por la vivencia en el interior, donde estas cuestiones apenas aparecen de manera más concentrada que en las grandes ciudades, donde hay un beneficio del anonimato.
-¿Qué significó para vos como escritora y para tu obra haber sido finalista del Premio San Pablo de Literatura?
-Mucho y poco. Mucho porque algunas personas fuera de mi círculo de amigos y familiares leyeron “Ojos de bicho” por la divulgación de la lista de finalistas. Poco porque eso no se reflejó en las ventas, en el sentido de haber ampliado mucho el número de lectores. Mucho porque pude conocer mejor el funcionamiento del Premio SP, de conocer el excelente trabajo de las bibliotecas, de participar de una mesa de debate entre los escritores finalistas que estaba llena, es decir, el Premio no se restringe a distribuir dinero público, sino que provoca, incentiva la discusión, el intercambio de ideas. Poca situación del escritor iniciante continúa la misma, sin editorial, sin lectores, sin traducciones, sin grandes charlas/debates. Mucho porque personas interesantes discutieron el libro y señalaron fallas, hicieron críticas. Poco porque tornarse un “escritor profesional” requiere grandes sacrificios (como la experimentación o como las políticas de marketing) que no estoy dispuesta a enfrentar. Me acuerdo de una entrevista de João Cabral que está en los Cuadernos de Literatura Brasileña del Instituto Moreira Sales, donde él dice que justamente porque los escritores brasileños nunca serán tan populares y tan exitosos a punto de vivir de la literatura, ellos pueden producir lo que quieran, sin compromisos. Me gusta mucho eso.